Con las ya no tan nuevas redes sociales brindándonos una simulación de mundo chico, al conectar distintos puntos a tan solo un click de distancia, el concepto de amistad fue mutando y evolucionando y actualmente se encuentra en una forma como de solicitud, de admisión. Como sucede en el caso del ejemplar Facebook, ya es visto como un quehacer común el solicitar la admisión a la vida privada y su intimidad de los amigos –de los amigos de tus amigos.
Personas con 29 solicitudes de amistad en una misma semana y contando con ya 347+ amigos en su cuenta no son entendidos como gente popular ni famosa, sino que la mayoría de estas peticiones provienen de gente que te agregan con solo saber tu nombre, por haberte cruzado en una fiesta o por ser -el amigo del primo de Juan-. Si en realidad esto no sería aceptado o algo común, lo normal sería que tengamos aproximadamente 50 amigos, los de verdad, los que conocemos el nombre de los padres, y los que tenemos más de una anécdota para recordar, y no estos vínculos más flojos imposibles. Esto hacen a la larga una relación incómoda porque, por ejemplo, si te cruzas con esta persona dudas si deberías saludarla o ignorarse, porque por más de que la página diga AMIGOS vos realmente no sabes quién es.
Por otro lado, redes como Instagram o Twitter implementaron un cambio revolucionario; el “follow”. Esto se traduce a ‘seguir’, y permite fácilmente armar una relación más liviana, con menos peso, ya que abre las puertas de la privacidad del otro pero con suficientes resguardos que no permiten saber todo sobre esta. Entonces esto permite visualizar el contenido, tenerlo presente al momento de que sea publicado, pero tener un mínimo de respeto por el concepto tal de amistad.
En conclusión, el concepto definitivamente evolucionó, no para bien pero tampoco para mal. O al menos no está claro. Pero lo que sabemos en concreto es que pensar que existen diversas formas de esta relación, sexos y edades, ya no es cosa del pasado, sino de un presente muy líquido.